EL ARTE DE AUTOCUIDARSE.

Cuántas veces hemos emitido, oído o recibido a modo de  consejo: “lo que tienes que hacer es centrarte en ti y cuidarte” o, directamente, nos la hemos aplicado a nosotros mismos: “ahora me voy a dedicar a mí”. Sin embargo, como en otras cosas en la vida, la práctica es diferente. Lo primero que solemos pensar es que es una cuestión de organización: no tengo tiempo para hacerlo. Cuando realmente admitimos que ésa no es la causa, vamos más allá e intentamos buscarle una explicación más “emocional”. Entonces, elaboramos discursos internos tales como: “tengo muchas capacidades para cuidar de los demás, pero ¿por qué no puedo utilizarlas hacia mí mismo?” Finalmente, caemos en la cuenta de que debe de haber obstáculos que nos están impidiendo querernos y cuidar de nosotros mismos.

Una vez más, si buscamos la causalidad, debemos hacerlo en nuestras biografías de vida y, más concretamente, en el estilo de apego que establecimos con nuestros cuidadores principales. Podríamos decir que, cuando somos niños, internalizamos las experiencias tempranas con nuestros cuidadores y nos vemos a nosotros mismos de la misma manera que fuimos vistos por ellos. Entonces, entendemos qué es el autocuidado en función de cómo hayamos sido tratados por nuestras figuras de apego.

En ocasiones, la negligencia (por ejemplo: emociones ignoradas o no reconocidas por los cuidadores) y el trauma temprano perjudican nuestra autoimagen y el modo en que podemos cuidar de nosotros mismos, ya que no se ha internalizado un patrón de autocuidado. Es decir, imitamos e internalizamos el cuidado hacia nuestras propias experiencias internas en función de la acción cuidadora que hayan ejercido hacia nosotros. Esto provoca que, en aquellos casos en los que existan patrones de apego inseguros, se reproducirán esos patrones de no cuidar adecuadamente de uno mismo. De este modo, veremos cómo cuando se es niño y se aprende que no es importante lo que se necesita o se siente (“no estás realmente triste, no puedes estar triste por este problema insignificante”), cuando se es adulto, se hace lo mismo hacia nosotros mismos. En otras ocasiones, hay personas que cuando eran niños tuvieron que estar atentos a las necesidades de los adultos, negando las propias. Es evidente que un niño no está preparado para eso. Una de las principales consecuencias que pueden provocar estas experiencias tempranas es la incapacidad para establecer un patrón de autocuidado sano. Tiene su lógica: si aprendes a cuidar de los demás antes de haber sido cuidado con cariño y de manera adecuada por ellos, no habrás aprendido a cuidar de ti mismo y te resultará incómodo e incluso evitarás prestar atención a tus propias necesidades.

Por el contrario, aquellas personas que establecieron un apego seguro con sus cuidadores principales experimentaron cómo sus necesidades eran vistas,  sin ser minimizadas y negadas. En estos casos, a través de la respuesta sintónica de su cuidador, aprendieron a identificar y reconocer sus sensaciones y emociones y ser capaces de ver sus necesidades.

Ahora, teniendo en cuenta esto, te invito a que explores tus patrones de autocuidado y que analices el modo en que cuidas de ti mismo en diferentes aspectos de tu vida:

    • Autocuidado físico. ¿Duermo todo lo que necesito? ¿procuro llevar una buena alimentación? ¿hago ejercicio físico? ¿me hago revisiones médicas preventivas? ¿intento tener buen aspecto aunque me encuentre mal?
    • Reconocimiento y respuesta de las propias necesidades. ¿Reconozco mis necesidades pero les quito importancia y no las satisfago? ¿me preocupo de las necesidades de los demás al mismo nivel que me preocupo de las mías propias?
    • Conductas de protección. ¿Me relaciono con gente que me cuida o me trata bien? ¿aguanto situaciones o relaciones que me hacen daño demasiado tiempo? Cuando estoy mal, ¿me enfado conmigo mismo por estar así, me culpo o me regaño constantemente? Cuando me siento mal, ¿procuro animarme y hacer cosas que me hacen estar mejor?
    • Tolerar los afectos positivos y el reconocimiento por parte de los demás. Si me dicen cosas positivas sobre mí, ¿digo algo para neutralizarlo (“no es para tanto”)? ¿los elogios me hacen sentir incómodo?
    • Realizar actividades positivas y mantener relaciones positivas para uno mismo. ¿Dedico parte de mi tiempo a actividades agradables? ¿dedico tiempo a estar con mis amigos? ¿me dedico tiempo a mí mismo?
    • Ser capaz de pedir ayuda y dejarme ayudar: Cuando me siento mal, ¿soy capaz de pedir ayuda y dejarme ayudar? ¿no hay un equilibrio entre lo que doy y lo que recibo? ¿cuento con gente a la que puedo contar mis problemas?
    • Mantener y poner límites. ¿Detecto cuándo tengo que bajar el ritmo y parar? ¿me cuesta decir que no? ¿me cuesta defender mis derechos e incluso dudo de ellos en función de lo que me digan?

Espero que este ratito que te has dedicado te haya ayudado a reflexionar sobre cómo cuidas de ti mismo e, incluso, sobre cómo algunos de tus problemas actuales pueden estar relacionados con tu patrón de autocuidado. Ten en cuenta que puedes aprender a cuidar de ti mismo de un modo diferente, aunque por tu historia de vida no hayas tenido la oportunidad. Si has conectado con recuerdos desagradables o has detectado hechos o experiencias que pueden estar interfiriendo en que consigas un patrón de autocuidado sano, te recomiendo que pongas en práctica uno de los elementos básicos para conseguir un patrón de autocuidado sano: pedir ayuda.

Hoy es 18 de Abril del 2017 y creo que puede ser un buen día para que empieces a recorrer el apasionante camino de la aceptación y el amor hacia uno mismo.


BLIBLIOGRAFÍA UTILIZADA Y LECTURA RECOMENDADA:

González, A., Mosquera, D., Knipe, J. y Leeds, A. M. (2012). Introduciendo patrones de autocuidado sanos. En A. González y D. Mosquera, EMDR y Disociación. El abordaje progresivo (pp 107-148). Madrid: Ediciones Pléyades.

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