CRISIS Y TRAUMA EN PANDEMIA.

En estos momentos de la Historia todos nosotros estamos atravesando una crisis. La pandemia de la COVID ha venido a trastocar por completo nuestras rutinas y nuestra manera de relacionarnos.

Hasta hace apenas un año el mundo era completamente diferente. Teníamos la libertad de desplazarnos sin restricciones y podíamos callejear por concurridas avenidas o reunirnos con familiares y amigos en discotecas, bares y restaurantes repletos de bullicio. Y no sólo eso. También podíamos contemplar el rostro de un sinfín de desconocidos que nos rodeaban y que, de vez en cuando, nos devolvían una mirada acompañada de una sonrisa. Disfrutábamos de la simpatía, de la belleza, de la espontaneidad…, de una cita compartiendo a medias un helado o de un brindis juntando las copas sin temor a acercarlas luego a nuestros labios. Todo ello era normal…

Hoy, por el contrario, se ha convertido en un anhelo cargado de esperanza, en un irrefrenable deseo de que las cosas vuelvan a ser como eran y de que al fin podamos dejar atrás el inicio de esta década, marcada por el uso de las mascarillas y por la distancia social.

Photo by Ibrahim Boran on Unsplash

Las crisis, tal y como las conocíamos hasta la fecha, solían ser eventos bruscos, pero pasajeros, y con un hilo conductor hartamente previsible.

La primera que seguramente hemos atravesado todos es la del paso de la niñez a la adolescencia. ¿Recordáis aquellos años? De repente queríamos actuar como si fuéramos adultos, y nos encantaba hacer cosas como comenzar a beber café o acostarnos a las tantas. Sin embargo, a menudo nos enfadábamos con todo y con todos por no sentirnos comprendidos o por pensar que la sociedad carecía de principios. Pero esa crisis al final lográbamos resolverla, desarrollando nuestros propios ideales y poniéndolos en práctica, vistiéndonos siguiendo el estilo con el que más nos identificásemos o escogiendo a qué profesión nos íbamos a dedicar. Sí, la resolvíamos con éxito… Aunque siempre ha habido quien se ha quedado estancado en esa etapa y ha vivido muchos más años atormentándose por ciertas experiencias vitales vinculadas a ella.

Photo by Markus Winkler on Unsplash

Y es que no para todo el mundo es igual de sencillo afrontar de manera triunfante una crisis vital. Cada uno estamos condicionados por nuestro pasado, por nuestras relaciones personales, por nuestra propia forma de conceptualizar las cosas y también por nuestro ADN particular. Es lo que en psicología recibe el nombre de modelo bio-psico- social, y ni siquiera dos gemelos idénticos han de experimentar la misma circunstancia del mismo modo. Por ello, existen personas para las que un divorcio o una pérdida, así como el nacimiento de un hijo, una mudanza o un cambio de empleo, pueden suponer un auténtico desafío y todo un rompecabezas difícil de resolver.

Cuando esto sucede, es decir, cuando sentimos que nos faltan estrategias para dar carpetazo al detonante de nuestro estado de crisis, cronificándose en el tiempo la ansiedad, el desasosiego y la tristeza, nos enfrentamos a un escenario similar al que todos estamos compartiendo en estos años de pandemia, pero con la importante diferencia de que nadie más nos acompaña en nuestro caos y en nuestro dolor. Las personas que no están en ese momento pasándolo mal nos suelen soltar frases del tipo “¡Qué exagerado eres! ¡Hay cosas peores en la vida!” u otras como “Pues tu hermano no se puso así cuando se divorció. Es que tú te lo tomas todo a la tremenda”, etc., etc., etc. Quienes las pronuncian, no pretenden hacernos daño, pero a nosotros nos resultan poco empáticas e hirientes. Este “no sentirnos vistos” va haciendo que nuestra salud mental se vaya deteriorando aún más, y que no podamos encontrar una salida a lo que nos está pasando.

Photo by arvin keynes on Unsplash

La peor soledad es la que se experimenta cuando uno está rodeado de gente y esa gente, pese a amarte sinceramente, no te ve. Y quizás esto suceda porque la sociedad da por sentado que cuando alguien está pasando por un bache, lo que tiene es una crisis, y sin embargo puede ser algo de mayor envergadura, como un problema de ansiedad, una depresión o un trastorno por estrés postraumático.

Una crisis se convierte en trauma cuando se prolonga en el tiempo sin vislumbrar ningún atisbo de esperanza para ponerle solución. Las personas traumatizadas no consiguen desconectar de aquello que las atormenta, y experimentan como intrusivos e incontrolables los recuerdos desagradables del presente o del pasado. A menudo padecen terrores nocturnos y les vienen flashbacks que les hacen revivir algún pasaje de sus vidas como si en verdad les estuviera volviendo a suceder, generándoles rechazo hacia aquellas situaciones relacionadas de algún modo con tal evento negativo.

Ejemplos de crisis habituales son las transiciones cotidianas de la vida: pasar de ser niño a ser adolescente, luego de ser adolescente a ser adulto, dejar la casa de los padres e irte a vivir de manera independiente, finalizar los estudios y ponerte a trabajar, convertirte en padre o en madre, contraer matrimonio o divorciarte, perder a tus seres queridos, etc. Uno puede estar semanas e incluso meses pasándolo mal, pero acaba adaptándose a la nueva etapa que le ha tocado o ha elegido vivir. Un trauma, por el contrario, suele estar ocasionado por una circunstancia aislada pero realmente intimidatoria (como una violación) o por una vivencia dañina que se prolonga en el tiempo, como los abusos sexuales reiterados, el acoso escolar o laboral o el maltrato. Uno siente que no sabe cómo escapar de esa espiral de angustia y de terror ni de los recuerdos a ella asociados.

La COVID-19 comenzó siendo una crisis…, todos tuvimos que pasar de tener libertad a dejar de gozar de ella, convirtiéndonos en protagonistas de lo que bien podría haber sido una película de ciencia ficción. Sin embargo, esta es una crisis cuyo final no vemos nada claro, y que nos lleva azotando más de un año ya. ¿Se habrá convertido, pues, tal crisis en un trauma para algunos de nosotros?

Mi consejo es que en este momento de la Historia deberíamos hacer un ejercicio común en el que nuestra meta sea no sólo mirarnos, sino vernos mutuamente, sin inmiscuirnos en juicios de valor sobre la forma de afrontar las dificultades que tiene cada cual, sin criticar a nadie, sin decir frases hechas, sin dar órdenes. Que esta insólita situación ocasionada por la COVID nos sirva como punto de inflexión para ponernos en la piel de los demás a cada paso. Que confiemos en los profesionales de la salud mental para buscar en ellos una fuente de apoyo y de ayuda y que, como diría Alejandro Dumas en su archiconocida novela de Los Tres Mosqueteros, seamos “Todos para uno y uno para todos”.

Macarena Pinedo López. 

Graduada en Psicología. Alumna en prácticas externas del Máster General Sanitario 2021(UNED Albacete).

No hay comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.