LA EVITACIÓN EMOCIONAL, UNA FORMADE RELACIONARTE CON TU MUNDO EMOCIONAL

Hay muchas definiciones sobre las emociones. Por mi parte, una de las que más suelo utilizar es la de Dolores Mosquera (2017): “Las emociones no son ni buenas ni malas, cada una de ellas tiene una función sana, y cuando todas trabajan en equipo es cuando mejor vamos a movernos en las distintas situaciones”.

Hay diferentes maneras de relacionarnos con nuestras emociones. Hoy vengo a hablar de un patrón relacionado con la evitación emocional, basado en un estilo de apego evitativo o distanciante y resultado de la ausencia muchos aprendizajes emocionales que no llegaron a producirse en nuestros primeros años de vida.

Es posible que reconozcamos en nosotros/as cierta tendencia a decirnos que nuestras necesidades emocionales no son importantes y a no satisfacerlas, o incluso a hacer como que no están. Evitamos porque no tenemos estrategias para entender lo que sentimos, no sabemos traducir el mensaje que nos están haciendo llegar nuestras emociones.

¿Cuántas veces nos decimos a nosotros/as mismos/as una y otra vez que nos encontramos “mal” y nos recriminamos no saber por qué nos sentimos así? Nuestro diálogo interno nos dice que no ha habido nada importante que nos haya pasado que pueda explicar nuestro estado de ánimo. En realidad, hay una incapacidad para entender lo que nos pasa y resulta más fácil culparnos por sentir. En estos casos, nos quedamos sobre la superficie, ya que nuestras sensaciones nos resultan tan abrumadoras que evitamos entrar en contacto con ellas. En consecuencia, hacemos un esfuerzo por controlar lo que estamos sintiendo y pasamos a pensar o a hacer cosas como una forma de no sentir. Nos sentimos perdidos/as, ya que esta desconexión emocional nos deja sin pistas y no nos permite ver los matices y comprender el problema. En ocasiones, esas sensaciones tendrán su base en otras experiencias de nuestra biografía. De hecho, solemos pensar que es totalmente desproporcionado lo que estamos sintiendo con la situación actual, pero tal vez sí que sea proporcionado si miramos nuestra historia en su globalidad.

Es cierto que, cuando estamos pasando un mal momento, muchas veces no podemos parar a sentirnos. Todos nuestros recursos están puestos en superar esa situación difícil. El problema viene cuando, una vez pasada la tormenta, seguimos con el mismo patrón de funcionamiento y no nos paramos a tomar conciencia de las heridas que han quedado y no las atendemos ni curamos.

Nuestro organismo y nuestro sistema nervioso son sabios y, si no nos dejaron pararnos a ver todo lo que estaba aconteciendo, tal vez fue porque sabían que no estábamos preparados para integrar todos los matices de esa experiencia. Sin embargo, esa anestesia emocional para protegernos del dolor tuvo su función en un momento dado, ya que teníamos que seguir adelante, pero no puede quedarse para siempre con nosotros/as como una forma de relación con nuestras emociones. Pensemos que es como la necesidad de ponernos unos manguitos si tenemos que cruzar un río y no sabemos nadar en un momento dado. Sin embargo, cuando salimos del río o hemos aprendido a nadar, de poco sirve que nos pongamos los manguitos, de hecho además de innecesarios, serán incómodos. Por lo tanto, es importante que llegado el momento nos paremos y notemos cómo nos sentimos, que validemos nuestras emociones y les demos la atención que piden de un modo proporcionado. De esta manera, nuestras emociones se mezclarán, fluirán y tendremos la capacidad para autorregularnos.

Por otra parte, tiene sentido que esta dificultad para conectar con nuestros estados emocionales también la tengamos a la hora de escuchar a nuestro cuerpo. Es posible que, como una forma de evitación, nos hayamos desconectado de nuestro cuerpo, ya que las señales o sensaciones que nos enviaba eran muy abrumadoras y no pudimos tolerarlas ni integrarlas. Las bases de la relación entre nuestro cuerpo y nuestras emociones se sustentan en los primeros años de nuestra biografía. Al fin y al cabo, la forma en la que nos relacionamos con nuestras emociones y nuestro cuerpo, cómo nos cuidamos y cómo miramos nuestro mundo interior tienen como molde de referencia la manera en que fuimos mirados y sentidos, tanto física como emocionalmente, por las figuras más destacadas de nuestra infancia.

Realizar todo este recorrido es difícil y muchas veces sentimos tentación de seguir con los manguitos pero, si en ningún momento de nuestra historia o biografía nos paramos a curar nuestras heridas, éstas continuarán abiertas dejándonos gotitas de dolor que irán brotando con más o menos intensidad en función de otras muchas cosas.

Todo aquello que no nos permitimos notar no se va a procesar y se quedará en nuestro interior. Como decía Sigmund Freud: “las emociones que no son expresadas, nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas”.

Ya había sentido su presencia otras veces. Cuanto más era su necesidad de sentirme y tocarme, más rechazo sentía hacia ella. Aprovechó un día de debilidad y abandono para abordarme. Fue tan intenso que creía que todo lo que despertó aquel día se quedaría conmigo para siempre y no desaparecería. Pero, como todo en esta vida, no duró para siempre y, tras la resaca emocional de nuestro primer encuentro salvavidas, empezamos a conocernos. Desde entonces, quedamos de vez en cuando. Ambos tenemos en cuenta nuestra historia de vida juntos…somos conscientes de mi tendencia a evitarla y de la suya a hacer visitas inesperadas. Ahora, yo le permito expresarse y ella no me deja atascado en el sufrimiento, ayudándome a avanzar.


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